Segunda entrega de la crónica de Daniel Albero en el Dakar 2020. Contada en primera persona y en diferentes entregas en exclusiva para los seguidores del proyecto.
Texto
original: Daniel Albero (@undiabeticoeneldakar)
Transcripción: Jordi Company (@Company_Vidal)
Son las cuatro de la madrugada. Es domingo 5 de enero. A miles de kilómetros, mis hijos estarán nerviosos por saber qué les traerán los Reyes Magos esta noche. Yo, aquí, en Yeda (Jeddah) tengo mi particular regalo: empezar el Dakar.
Después de una noche dura –cuesta cambiar la cama del hotel por la tienda de campaña; alguien sigue estando de fiesta en una discoteca cercana al campamento; todos los ruidos de los mecánicos poniendo a punto los vehículos- toca arrancar. Más de 750 km nos esperan por delante; 433 de enlace y 319 de especial. En las carreras de Moto GP la salida es uno de los momentos donde más adrenalina se genera. Todos los pilotos están en la parrilla de salida, concentrados pensando en cada curva, en cada piano que deben evitar pisar. Y un gran sonido de fondo: el de los aficionados aplaudiendo a sus pilotos preferidos. Semáforo en rojo. 3… 2… 1… y una gran ovación. Aquí las cosas son un poco distintas. Tal vez no tengamos a miles de personas en las gradas, pero nos tenemos a nosotros mismos –mi equipo- y el resto de pilotos que esperan -algunos con frío- su salida. Ante el reloj digital rojo que cronometra los tiempos de cada piloto, un par de comisarios escriben en sus ordenadores y libretas. Este año llevo el dorsal 105 –me gusta- y ahora, en esta inmensa oscuridad del desierto, vuelve a aparecer esa dulce sensación en el estómago. Miro a mi derecha: ahí están Jairo y Kike, con sus cámaras, dispuestos a grabar cómo mi sueño vuelve a hacerse realidad. A mi izquierda, Octavio y Richar emocionados, esperando a que el reloj marque mi salida. 3… 2… 1… Yo también tengo mi pequeña gran ovación. Con lágrimas –de emoción- en los ojos, arrancamos.
Debo confesaros que esta primera etapa –pese a los más de 700km- termina rapidísimo. Demasiado. Imagino que la emoción de la prueba me hace disfrutar como un niño y hace que el tiempo avance veloz entre ríos de piedra y arena interminables. Cuando llego al campamento, mi equipo me espera y celebramos juntos el final de la primera etapa. Pero – ¡ojo!- llegar al campamento no es sinónimo de descanso. Cada miembro del equipo sabe qué tiene que hacer, cómo y en cuánto tiempo. Después de revisarlo todo, me dispongo a hablar con la doctora Martínez. Hoy mi medidor de glucosa continuo Dexcom G6 así como la bomba de YPSOMED han funcionado casi a la perfección. Es cierto que la he tenido que ajustar en un par de ocasiones durante la carrera –los nervios y el estrés de la primera etapa- pero he terminado con unos registros muy buenos. Estoy contento, y agradecido.
Con todo esto… Cenamos, repasamos el roadbook de mañana (qué bueno que ya esté pintado) y toca dormir. O, al menos, descansar. Debo deciros que la tienda de campaña parece un iglú… ¡Qué frío! Y, además, el ruido del vivac. Esto es lo más insoportable, os lo prometo. Lo he probado todo: tapones en los oídos, sumergirme en el saco, gorro gordo de lana… Al final, el cansancio gana y consigo dormir unas pocas horas hasta que me despierta el despertador.
Segunda etapa, ¡allá vamos! Son las 6:30h (sigue siendo temprano, pero parece que no duela tanto como las cuatro de la madrugada de ayer). Hoy etapa más corta, pero no por eso menos dura. Al Wajh – Neom. 26 kilómetros de enlace –se agradece- y 367km de especial. Esta etapa ha sido una de las más bonitas de este Dakar: gran variedad de paisajes, amarillo y naranja como colores que brillan en el horizonte, polvo, las primeras dunas y una buena navegación. Por poner una pega, en esta ocasión tuve que parar a cambiarme el parche y el catéter de la bomba. Aproveché una neutralización de un repostaje para realizarlo con la ayuda de un médico de la organización –con quien hice una magnífica relación durante toda la carrera- y pude continuar sin problemas. Llegué a Neom a una buena hora, dentro de lo previsto y pude hablar con la doctora Martínez quien, por cierto, me dio un gran consejo para que no me volviese a pasar lo de hoy. Colocar un parche encima del otro parche. Doble parche, sensación única. Como en el anuncio… Bueno, creo que no era así. En fin… ¡Buenas noches!
Etapa 3. Neom-Neom. Un bucle de 504 km (77km de enlace y 427 de especial). Son las 5:30h de la madrugada, hace frio, no he dormido mucho. Azucarilla está lista para afrontar una nueva etapa y mi equipo sigue estando en la salida. No puedo pedir mucho más ahora. Así que 3…2…1… ¡Gas, e insulina que no falte!
La de hoy ha sido una etapa corta, pero dura. Una especial con constantes cambios de terreno, vistas preciosas que te quitan el hipo y -¡cómo no!- piedras y más piedras. Esto es lo que marca esta primera semana. Hay un barranco con una cantidad de piedras tan exagerada que –sinceramente- me vence y caigo de la moto. Estoy bien, no hay ningún problema. Un par de rasguños en la tercera etapa de mi segundo Dakar. Podría ser peor…
Llego pronto al vivac. ¡Un día más! Esta carrera se resume en este espíritu: kilómetro a kilómetro, etapa a etapa y, al fin, meta. O eso espero. Ceno, Instagram Live con mis seguidores, hablo con mi familia y hoy sí, duermo mejor…
Poco, pero mejor. Cada día cuesta un poquito más. Neom > Al-`Ula. 219 km de enlace, 453 de especial. Salgo tranquilo, contento y pensando en que hemos superado el registro del pasado año. Eso ayuda motivarse. 3…2…1… ¡Arrancamos!
Cuando llevas un par de horas encima de la moto, ya la sientes tan tuya que es difícil separar tu cuerpo y tu mente de la máquina que te arrastra entre terrenos duros. Hoy, especialmente, durísimos. Ríos de piedra interminables, pistas rápidas muy pedregosas. Ahora mejorará. Más pistas rápidas pedregosas. No es la mejor opción correr. Tranquilo, Dani, poco a poco lo conseguirás. Caigo, pero me levanto. Piedras, piedras… Vuelvo a caer. Más piedras. ¡Uf! ¿Qué hora es? 17:30h. Refuelling. Cambio de parche en mal estado. Quedan 150km para llegar a meta. ¡Vamos, Dani! Oscurece… el desierto en completa oscuridad, piedras, piedras y más piedras. Miro el reloj. ¿Las nueve? Seguimos, venga. Embrague. No… no puede ser. Este año no. El embrague de Azucarilla dice basta. Estoy en medio del desierto. Me he quedado sin comida y sin pócima. ¿Qué hago?
Deberíais oír cómo suena una llamada por el Iritrack de la organización.
-Hola, Daniel. ¿Está bien? –me dice una voz con acento francés.
-Sí, hola… estoy bien, sólo que me he quedado sin embrague.
-Quédese donde está y en breves mandaremos ayuda.
En poco más de tres horas tengo un coche de la organización del Dakar que me recoge y me lleva al campamento. Ahora, leyendo esto desde el portátil de mi casa esas tres horas pasan rápido, pero puedo aseguraros que quedarse en mitad del desierto, de noche, entre un mar de piedras, viendo luces de coches y camiones a lo lejos es una sensación de extraña soledad acompañada. No estás solo, porqué la organización está a través siempre del teléfono satélite y cada pocos minutos contactan contigo para saber que te encuentras bien, pero al mismo tiempo te sientes insignificante y es entonces –sólo entonces- cuando entiendes la dureza del Dakar. Los sentimientos en esos momentos son confusos: tristeza, rabia, desolación… Pero dentro de mí solo queda la esperanza de sobrevivir hasta que me recojan, controlar mi glucemia en una situación extrema y pensar en mis seres queridos y amigos. Por cierto… deben estar preocupados. Cuando llegue al campamento, lo primero que haré será llamarles.
Es ya la madrugada del jueves 9 de enero de 2020. Un todoterreno de la organización con dos asistentes me recoge y me lleva al vivac. Por el retrovisor veo perderse a Azucarilla entre la oscuridad. Ella se queda allí durante unas horas hasta que el camión la recoja y la lleve de vuelta al campamento. Cuando llego al vivac me recuerdan que este año –gracias a las nuevas reglas de carrera- tenemos un comodín. Podremos arreglar la moto y reincorporarnos en la etapa 7, después del día de descanso. Esto aún no ha acabado, os lo prometo.
(Continuará)